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EL ABRAZO DEL MOHAN

EL ABRAZO DEL MOHAN
el abrazo de El Mohán

domingo, 9 de noviembre de 2008

ENTRE ITZAM NÁ Y OGHMA

ENTRE ITZAM NÁ[1] Y OGHMA[2]



La imagen sigue viva: él está en cuclillas. Siempre que salgo al andén él está ahí, con su librito en las manos. ¿Qué lee? Nunca lo supe, pero siempre era la misma rutina, tanto de él como la mía. Era mi abuelo Felipe; la primera vez que lo vi leyendo debería tener sus 55 años. Era una gran imagen, que aún me persigue. Y me persigue porque mi papá también siguió su costumbre: leer en cuclillas y después en su mecedora. Al comienzo sólo me interesaba verlos en su posición ideal y medir cuanto tiempo duraban así, me cansaba primero yo; después comencé a revisar sus libritos: novelas de vaqueros, biografías de hombres históricos colombianos, Vargas Vila, Isaac, Neruda, y más poesía y cuentos. Siempre leyeron nunca escribieron. En mi memoria no hay una nota escrita por mi papá ni mi abuelo, si bien tengo la imagen de mi papá, después de un largo día de trabajo en el taller, sentado a la mesa llenado miles de crucigramas. Él decía:

Don Simón, un viejo alto, delgado, serio, reluciente y con la vara en la mano; si uno se equivocaba le daba con la vara por las corvas. Aprendí a leer con sangre y a escribir en pizarra y jiz. Todo era de memoria, todo el tiempo uno sentado y solamente hablaba cuando Don Simón lo permitía, no faltaban las cantaletas de portarse bien, de ir bien bañados y peinados y había reuniones con el cura, el director de la escuela, el de la policía y los papás para recitar las lecciones. Había cosas raras como que había que aprender matemáticas en la mañana y la historia por la tarde..

He estado pasando las cosas de nuevo por el corazón, creo, en sentido afirmativo, que fue ella, mi mamá, la que me enseñó a leer, pues cuando llegué a la escuela ya sabía leer y escribir. Tengo la imagen de su tiempo a mi lado en la cocina o en la mesa del comedor; y lo extraordinario es que de ella si tengo memoria de sus escritos, de sus cartas maravillosas contando los quehaceres de su vida diaria y de la familia.

Cuenta mi mamá:

... Cuando llegué al Tolima, era el 28 noviembre de 1959, no sentí mucho gusto, estaba fuera de mi tierra, además lo más duro fue el ver tantos muertos. Fue muy duro, lo único que veía en los caminos eran muertos, sin cabeza, sin piernas…y su papá decía que era culpa de la violencia. Quería volver a mi casa en la costa, pero ya estaba viviendo con su papá”

Estudiar era muy difícil, en el pueblo había una maestra, la Niña Mayo, nos enseñaba cosas para la casa y como cuidar a los niños y ayudar a la gente. En esa época no había uniformes, cuadernos teníamos unos grandes. Los domingos venía un cura para la misa y después a fiesta de fandangos y porros, había uno famoso: María Varilla”.

Quizá el hecho de haber llegado a la escuela leyendo y escribiendo aligeró la carga para la profesora y aumentó mi tiempo para pasarlo entre libros.

Pienso que la conciencia de que estaba escribiendo afloró cuando se llegó a la adolescencia y en ella todos los efluvios del corazón: transcribir un verso, escribir una frase de amor, escribir un poema cursi o hacer un acróstico. Tiempo de escritura sutil y etérea. Realmente considero que el discernimiento de escribir lo adquirí en los dos últimos de bachillerato, cuando era el tiempo de las revueltas, de las pedreas, del estatuto de seguridad (que no está muy lejos de la seguridad democrática de hoy). Cuando además de leer había que reseñar; cuando además de reseñar había que discutir; cuando además de discutir había que hacer opción. Y el escribir se habituó a la cotidianidad del quehacer existencial de la filosofía, de la historia, de la literatura, de las ciencias sociales, se habituó porque es directamente proporcional al placer de leer y de hablar acerca de lo leído y de lo escrito.

He leído y he escrito porque he bebido en las aguas negras de la social-democracia, he nadado en los discursos marxistas de los setenta y ochenta, he buceado en las aguas impetuosas del “sancocho nacional”, he descansado en las playas de Shakespeare, Joyce, Goethe, Cervantes, Neruda, Mutis, García Márquez, Ospina, en los griegos e italianos, en los poetas latinos, en las nuevas generaciones de Mackondo, pero también en la poesía erótica de la historia.

He escrito porque el país se desangra a machete y a balazos; he escrito porque en este país es “dispare primero y averigüe después”; he escrito porque aún creo que es posible una mañana fresca e ineluctable, que si no nos toca sentirla al menos la hemos ayudado a forjar.

He acompañado las lecturas y las escrituras al calor del ron, del chirrinche, de la salsa, el reggae jamaiquino, de la nueva trova cubana, de la perenne música clásica, de las voces libertarias del jazz, de la siempre presente canción social, del rock y del punk y de la música del pedazo de acordeón del negro grande de mi tierra natal, Alejo Durán. Por ello no me preocupa si escribo o leo en la sociedad del conocimiento o sociedad de la información. Con lo que tengo, con lo que leo, con lo que escribo, con lo que vivo, con lo que disfruto y viajo me basta para saber que necesitamos un mundo más humano.

Finalmente, el sol de la mañana, la suave brisa de la mañana y el piélago de emociones entre la infancia y la adolescencia son mi tesoro para escribir, porque libros, música y amigos son mi capital. Es el único capital que acumulo y por el cual no pago impuestos.



Jaime Daniel Bernal González.
Código 094550082007
Curso Pasantía o Artículo
Maestría 2ª Cohorte.
29 agosto 2008

[1] Dios Maya de la escritura
[2] Dios Celta de la escritura. En su nombre se bendice a los amigos y se maldice a los enemigos.

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